Alberto Salas tiene los mejores recuerdos de su infancia en Paipote, adonde llegó a los seis años. A su padre, el primero de la saga de Albertos que hoy va en la cuarta generación, y también ingeniero en minas, lo trasladaron a esa localidad de la Tercera Región.
Llegaron a vivir a la Casa 1, que en jerga minera es la que ocupaba el más alto rango del campamento. Era la única con piscina y el lugar de encuentro con sus compañeros de la escuela de Paipote. Su mamá, María Teresa Muñoz, los recibía con pan con tomate.
A diferencia de otros hijos de gerentes que mandaban a sus hijos a estudiar a Copiapó, su padre optó por la escuela de Paipote, tal como él había estudiado en una escuela y luego en un liceo público. Con esa premisa, al instalarse en Copiapó, Alberto Salas ingresó al liceo de la ciudad, el José Antonio Carvajal, y al regresar a Santiago, se integró al Liceo Lastarria.
-¿Por qué decidió estudiar ingeniería en Minas?
«Siempre veía contento a mi papá con su profesión. Además, él me llevaba a las minas y a mí eso me encantaba».
-Su mamá, de 94 años, ¿está orgullosa de su carrera?
«Sí, pero yo tuve padres muy estrictos. Cuando me iba bien, como sacar buen puntaje en la prueba o entrar a la Universidad de Chile, me decían ‘con su deber nomás cumple’. Fui ayudante de Moisés Mellado, una institución en la escuela, y de Hernán Büchi en geoestadística, pero cuando le contaba a mi papá, él me preguntaba qué gracia tenía. Nunca fueron muy demostrativos mis papás».
-¿Y cómo ha sido con sus hijos?
«Estricto, pero muy orgulloso».
Salas se emociona al hablar de sus tres hijos: Alberto Salas, 35 años, médico psiquiatra y padre de dos hijos, Alberto Salas «cuarto» e Ignacio Teo. Sebastián, 33 años, chef y que trabajó en Francia con el afamado Jean-François Rouquette en el Park Hyatt de Place Vendôme, y María Fernanda, 27 años, psicóloga, vive con él.
Uno de sus principales hobbies es la música selecta. «Tengo una admiración profunda por Juan Sebastián Bach. Él es el padre de los demás. Admiro de él que era una persona absolutamente normal y jamás tuvo vida de genio», señala.
Pero nunca estuvo entre sus opciones profesionales la música. «Soy un claro ejemplo de vocación sin aptitud», reconoce. «Sin embargo, mi hijo y mi nieto sí tienen ese talento», agrega.
En literatura le gusta la poesía. «La obra de Gabriela Mistral me emociona tremendamente. También me gustan Rubén Darío, Vargas Llosa y Jorge Teillier».
-¿Cuándo decide ser empresario?
«Esa ha sido una de las decisiones más importantes en mi vida y la tomé cuando salí de la universidad. No quería tener jefes. Pero no tenía muchas opciones porque no tenía dinero. Entonces, la única posibilidad era buscar algo en pequeña minería y en la Asociación Minera de La Serena pregunté por minas, arrendé una pequeña y me compré un compresor de aire para sacar el mineral. Trabajaba junto a mi primo Hugo Salas y ahí estuve cerca de cinco años. Con esa asociación minera tuve mi primera relación con los gremios».
Una vinculación que solo se acrecentó con el tiempo.
«Los gremios cumplen un rol muy relevante en el quehacer productivo y uno puede aportar al desarrollo de buenas políticas públicas porque desde un gremio uno tiene más peso», sostiene.
En 1996, Alberto Salas fue nombrado director en Enami en representación de Sonami, que lideraba Walter Riesco. Un año después, Riesco asume la presidencia de la CPC y Salas asume como gerente general de la Sonami, en reemplazo de Manuel Cereceda, quien parte a la CPC.
En 2004, asume como vicepresidente de Alfredo Ovalle en la Sonami. Este último renuncia en los últimos meses de su segundo período y Salas asume la presidencia. En 2010, se presenta a la elección y le gana a Manuel Feliú, y en 2013, es reelegido, período que termina en agosto de 2016.
( Fuente: El Mercurio )