Siempre hemos oído la historia del Mineral Chañarcillo, de Juan Godoy y su descubrimiento. El yacimiento más grande de plata en el norte de Chile que nos llevó a la gloria en 1834. Estas historias nos producen curiosidad junto a mis dos amigos Marcos y David, con quienes emprendemos este viaje por la Ruta 5 Sur desde Copiapó hasta Chañarcillo (73 Kms aproximadamente). La camanchaca nos ofrece favorables espectáculos, los microclimas y la circuncisión de los cerros que engalanan la carretera hacen que parezcamos absurdos si intentáramos ignorarlos.
Finalmente nos desviamos por un camino lateral antes de llegar a la ciudad de Vallenar, la vía es polvorienta y extensa. Íbamos a mitad de camino cuando en ese instante un pirquinero de unos 20 años nos detiene para que lo apoyemos con su viaje. Un poco preocupados por la soledad del sector decidimos consultarle hasta dónde lo podemos llevar. «Voy hasta el Mineral Chañarcillo… es posible que me lleven hasta allá?» nos dice el joven de rostro cansado y con ese tono de huaso nortino, un poco lento y pensante para charlar.
El pirquinero se sube al vehículo relatando lo que le ocurrió con un zorro colorado. «Pasé la noche en este sector, pensando ilusamente que demoraría media tarde en llegar hasta el Mineral, pero el sol estaba medio apurado por esconderse, entonces me dio la noche y me puse hacer un socavón en la tierra para cubrirme del frío», narraba el cateador, mientras que David abría la ventana para tomar aire. Íbamos a unos 40km/hrs. sobre el camino «…y bien tarde en la noche escuché el sonido de un animal que estaba merodeando, me asomé con mucho miedo, de pronto veo a un zorro de risa burlesca y un color rojo que me dejaba ciego. Intente agarrar una piedra a ver si con eso lo alejaba, me acorde de la leyenda del zorro colorado, le lance una piedra y a los segundos me di cuenta que era de oro, el zorro dio una carcajada y se fue. Hoy al despertar era un mineral sin riquezas, ya ni debe quedar plata por este sector supongo yo… ¿cierto? Aunque andan rumores de que hay plata en este tramo…». Comenta el joven secándose el sudor sobre su rostro. Marcos sonríe y le comenta que Juan Godoy encontró ese lugar por medio de una carta que le entregó su madre. «Lo que sabemos es que su madre Flora Normilla, antes de la muerte, le dio un mapa y un escrito en el que le revelaba que existía un tesoro en este sector, suponemos que algo debe quedar. Además no sería malo encontrar plata…» el pirquinero al escucharlo nos consulta «¿ustedes andan buscando plata igual que yo?, todos sonreímos respondiendo «algo de historia buscamos».
Mientras avanzamos se comienza a ver un cementerio abandonado, un par de adobes derrumbados y una historia ansiosa de ser contada a los peregrinos. Luego de observar los rincones por donde alguna vez transitó Juan Godoy, analizamos este descubrimiento «y pensar que este hallazgo produjo harto dinero, incluso acá pasó el primer ferrocarril por Chile. Si yo descubriera ese mineral hoy, me compraría miles de hectáreas para hacer el primer bosque de eucaliptos en el norte», dice David observando rocas y piedras. «Ese es el ferrocarril que recorrió entre el puerto de Caldera y la ciudad de Copiapó… sería bueno volver a esa época», comenta el pirquinero.
Comenzamos a recorrer el lugar, por donde alguna vez hubo un pueblo que llegó a albergar a un total aproximado de 14 mil habitantes, y que tuvo por nombre Juan Godoy, como su descubridor. Relaciono los libros de historia y el lugar donde estoy parada, observo ansiosa el derrumbe del adobe que alguna vez cubrió piezas y cobijó secretos de los mineros. «¿será posible encontrar algún pedazo de metal por este sector?» Dice Marcos interrumpiendo mis pensamientos. «Tal vez el pirquinero debe saber más del tema», le contesto observando al joven que ahora se encuentra sentado en una de las rocas. El pirquinero no nos dice nada… «¡Oye! ¿Cómo te llamas?», le pregunto. «Juan… Así me llamo. Deberían aprovechar la luz del sol y explorar, no les recomiendo quedarse de noche por este lugar»- «Juan… yo me llamo Magdalena, recorreremos un rato y nos vamos».
Decidimos avanzar por unas cuevas, la arena se mete por mis sandalias, al intentar extraerla me distraigo y al levantar la vista noto que está demasiado oscuro acá dentro. Enciendo mi linterna y sigo avanzando, entre los muros logro ver un escrito entre las rocas que dice «Descubridora», rápidamente recuerdo que en los libros de historia de Carlos María Sayago menciona que fueron más de 16 vetas de plata descubiertas en este sector, y entre ellas estaba la que bautizaron como «La Descubridora», la emoción me conmueve y disfruto el momento.
Luego de unos minutos sigo avanzado, la luz parece agotarse mientras que mi imaginación asimila aquel tiempo en que los mineros escarbaban por estas rocas, ¡cuánta plata extraían! Se supone que con esto creció nuestra nación, se supone que el descubridor era un afortunado colmado de fortuna, un minero analfabeto, según comenta Sayago, ¿pero qué lo condujo a la ruina? Según Sayago, Juan Godoy vendió su parte y la de su hermano en un 0,5% del total de las ganancias reales, un mal negocio que lo llevó a la ruina.
Un estruendoso sonido de piedras que se golpean entre sí me trae de regreso a la semioscuridad de ésta mina en la que me encuentro desorientada. Al iluminar hacia el sector del derrumbe me sorprendo al notar que hay un rostro frente a mí, es el joven que trajimos con nosotros, «Aparecieron tíos, primos que jamás había visto en mi vida. El dinero simula la compañía… y todos eran mis amigos» Yo sin entender mucho sus palabras me acerco a él diciéndole «…como lo describió Jotabeche, el escritor Copiapino, decía que: a una comida le sigue un baile, al baile las muchachas, a las muchachas el almuerzo, al almuerzo la timbirimba». Sonreímos mientras que la luz parece agotarse cada vez más.
«Ésta es la Descubridora… que recuerdos más felices guardo, Miguel Gallo era socio, y luego pasó a ser un ex socio que optó por darme oportunidades de trabajar en esta mina y tener dinero para viajar», dice el joven pirquinero…Como si hubiera vivido en aquella época, luego continua. «Cuando descubren un sector con dinero bajo las rocas arman un pueblo y llega toda clase de personas, tan buenos como tan malos. Ese pueblo se transforma en ciudad, si no pones reglas aumentan los funerales y a nadie le importa… aumentan las enfermedades sexuales y tampoco importa». El pirquinero enciende una mecha para iluminar su rostro mientras que la linterna de Magdalena se agota totalmente. «¿Quieres salir de la Descubridora?» consulta el pirquinero mientras apaga otra vez la mecha dejando a oscuras a Magdalena. «¡Ey!, ¿Qué haces…, vuelve!», se acelera la respiración de ella encontrándose sola con la oscuridad. En otro socavón está David con Marcos, ellos han salido antes de la Descubridora ignorando lo que le ocurre, toman fotografías y dialogan «¿A Copiapó le irá a ocurrir esto otra vez?» se preguntan mientras que los gritos de Magdalena interrumpen el dialogo «¡Ayuda!».
Los jóvenes corren en su auxilio hasta ingresar a la Descubridora. Al iluminarla con las linternas se han percatado que están rodeados de un brillante mineral, resplandeciente como la plata, sorprendidos miran sus semblantes en las paredes, pasmados se abrazan alegres creyéndose los afortunados del mineral, corren a la salida para sacar sacos y palas del vehículo. » Te dije que había que traer palas y sacos ah!» dice David sudando. Al volver hasta el sector comienzan a picar el mineral de plata, arrastran los sacos hasta el vehículo y observan a lo lejos la silueta del joven Juan. Magdalena detiene el andar de Marcos y luego el de David. «Espera… esperen, no deberíamos llevarnos más, con esto será suficiente para estar tranquilos». Sus amigos sin entender esta decisión observan la silueta de Juan. «¿Temes?, ¡él también se llevará su parte…!» dice enfadado Marcos. «No se trata de eso… deberíamos irnos ahora». El tono asustado de Magdalena espanta a David, la apoya y deciden alejarse del sector.
Al avanzar Magdalena detiene el vehículo y regresa hasta donde estaba Juan. Ella se baja del vehículo y arroja con esfuerzo los sacos a donde estaba Juan, ambos se hacen una seña, Marcos aún más enfadado cuestiona la acción de Magdalena, a lo que responde «Déjalo… ese mineral no era real, si lo despojábamos de este sector seriamos los protagonistas de un robo de rocas y quedaríamos como locos cayéndonos el cuento de la plata. Deja que él cuide ese tesoro, prefiero vivir tranquila».
Los jóvenes se alejan del lugar, dejando a Juan en la inmensa tranquilidad del ocaso del desierto de Atacama, mientras que Marcos mira desconcertado a través del vidrio trasero del vehículo. «Nadie nos creerá jamás lo que nos ocurrió Magdalena, nadie nos va a creer que hay plata acá.. ¿Volveremos…?» Juan se desvanece entre el polvo y el atardecer sin saber nunca más si el joven era real o no. Actualmente siguen visitándolos viajeros y curiosos, algunos han comentado de ser testigos y oír ruidos en la mina, otros no han visto nada más que un pueblo abandonado o algún zorro colorado.
David no ha parado de quejarse, «necesito ir a un baño… ¿faltará mucho?, tengo sed Magdalena… porfa pásame agua… ¡Marcos deja de fumar!, ¡me estás ahogando!, Magdalena… ¿Cuánto falta para llegar?». Insiste mi amigo casi insoportable, con esa mirada ansiosa. Con Marcos la ignoramos, esperando llegar pronto al lugar.( El Diario de Atacama)