En «Carlos Lambert y la innovación tecnológica en la industria del cobre de Chile durante el siglo XIX» (Editorial Ricaaventura, www.ricaaventura.cl, $15 mil, 330 páginas), el abogado e investigador chileno Ricardo Rees Jones reconstruye la épica de ese mineralogista por fundar un imperio a partir de nuestros yacimientos.
Además de haber sido un excelente alumno en la Escuela Politécnica y en la Escuela de Minas de París, Carlos Lambert (1793-1876) era un astuto hombre de negocios. Sabía que la única manera de hacer fortuna era con la innovación tecnológica. «Él es un ejemplo del papel que juegan los líderes cuando hacen diagnósticos y pronósticos realistas, y tienen objetivos claros. Fue capaz de reorientar la minería que conoció en Chile», dice Rees. En una palabra, era artesanal: «La fundición de minerales se hacía con las bajas temperaturas que se lograban quemando leña, y los metales se identificaban por sus colores».
Lambert fue quien introdujo en Chile el método de los galeses para fundir cobre en hornos de reverbero. Antes de él, todos los sulfuros de cobre, que aquí son abundantes, se descartaban. «También es responsable del aumento de las exportaciones, con una calidad que hizo famosa a la ‘Chile Bar’ en el mercado; pionero en la fabricación de láminas de cobre, y en instalar una planta de ácido sulfúrico», agrega Rees.
Además, fue quien convenció a Ignacio Domeyko para que se viniera a hacer clases de Química y Minerología en el Colegio de Coquimbo.
El impacto de la innovación tecnológica de Lambert es enorme. Entre 1801 y 1820 se produjeron 30 mil toneladas de cobre en Chile, y entre 1835 y 1843, en solo ocho años, superaron las 51 mil toneladas. En 1828 había empezado a operar su primera fundición con sistema galés.
En el libro están todas las hebras de la historia de un imperio: intrigas, tráfico de influencias, espionaje, especulación y juicios. También, perseverancia, ciencia y amor por el trabajo. Al morir, Lambert dejó una fortuna de 900 mil libras esterlinas, hoy equivalentes a 43 millones de la misma moneda.
Ética laboral
En 1817, la primera vez que viene a Chile, Lambert tiene 24 años. Entonces envía a las autoridades un documento con una completa descripción geológica. Dice del cobre que «no se conoce en el globo ejemplar de semejante riqueza», y solicita que le cedan seis prisioneros para trabajar una mina. También critica «la ignorancia del arte» minero local, que «se venden los más ricos metales a desprecio» y que «no se hallan ni las máquinas más sencillas».
De ahí su determinación para hacer lo que sea necesario cuando retorna al país, en 1825, ahora como primer comisionado de la Chilian Mining Association, una de las 624 joint stock companies que se fundaron entre 1824 y 1825 en Inglaterra. Y una de las 497 sociedades de este tipo que en 1827 ya se habían disuelto.
La Chilian Mining tenía un capital nominal de un millón de libras esterlinas cuando empezó a operar en Chile, y Mariano Egaña, ministro plenipotenciario ante las cortes de Londres y París firmó como presidente de la compañía. «No era posible excusarme por no manifestar desvío a este establecimiento», justifica Egaña, y destaca que el «profesor Lambert» le aseguraba que «la minería iba a convertirse en el rubro financiero principal del país».
La historia de la expansión del quehacer de Lambert es asimismo un retrato de la modernización de la industria minera en Chile. A este mineralogista no lo detuvo ni siquiera que la Chilian Mining lo despidiera por hacer negocios personales prohibidos por contrato. Él sencillamente no se dio por enterado, y continuó trabajando hasta ver, en 1828, cómo opera en Copiapó el primer horno por reverberación del país.
«Lambert supo señalar un nuevo camino para la industria minera en Chile. Conocía su oficio, y siempre estaba dispuesto a resolver nuevas situaciones y a trabajar con optimismo sin prestar atención a quejumbrosos habituales», resume Rees.( El Mercurio )