«Cada vez son más escasas las fichas salitreras. Muchas hoy están fuera del país o en manos de coleccionistas privados». Quien se queja es Nery Jiménez (60), anticuario de la Región de Antofagasta que posee varios diseños de este cuestionado medio de pago por jornal que predominó en el ciclo dorado del salitre en el país entre 1866 y 1930.
Para los antiguos habitantes del Norte Grande, esta modalidad de salario representa una huella del antiguo esplendor que vivió la zona por la explotación del llamado «oro blanco». Aunque también del abuso vinculado a un sistema ilegal de remuneración por jornadas de trabajo en condiciones extremas en el desierto más árido del planeta.
«Hay coleccionistas más jóvenes hoy y algunas fichas se encargan desde el extranjero. Por eso hay cada vez menos», agrega Carlos Torres (43), quien ha compilado una variada selección de monedas salitreras.
Grandes coleccionistas han llegado a poseer más de 2 mil fichas, cuyos valores van desde los $4 mil hasta los $200 mil, dependiendo de la exclusividad y el diseño que ostenten.
Esta modalidad de salario permitía adquirir insumos en las «pulperías» de las distintas oficinas, las que en su mayoría pertenecían a la misma empresa. Modalidad que además forzaba el arraigo del obrero al centro de producción al verse impedido de canjearlas en otra faena.
«Por eso, en medio del desierto muchos obreros llegaban a comprarse hasta 10 ternos, porque no tenían dónde más gastar sus fichas y no podían ahorrarlas para llevárselas a otro lugar», dice María Molina (83), cuyo padre trabajó en la Oficina Chacabuco.
De acuerdo a datos de la Dirección de Bibliotecas, Archivos y Museos (Dibam), las primeras fichas salitreras se confeccionaron cerca de 1850 para las oficinas Dolores, Chinquiquiray y Soledad de la antigua provincia de Tarapacá. Para su fabricación se emplearon en un inicio materiales como cuero y cartón. Más tarde se elaboraron en bronce, cobre, níquel, aluminio, plomo y ebonita (caucho o goma endurecida), entre otros materiales.
Según Verónica Díaz, encargada de colecciones del Museo de Antofagasta, las fichas se encuentran protegidas por la Ley de Monumentos Nacionales, por lo que su comercialización merma la posibilidad de que nuevas generaciones puedan conocer parte de la cultura salitrera representada por este medio de intercambio.
«Las salitreras han sido saqueadas a lo largo del tiempo y lamentablemente este tipo de patrimonio ha sido comercializado de manera clandestina. Para nosotros, esto es una grave pérdida de valor patrimonial», afirma la especialista. De hecho, el Museo de Antofagasta exhibe hoy solo una pequeña muestra de fichas salitreras pertenecientes a los cantones El Toco, Central y Aguas Blancas. Otras muestras similares figuran en museos de Tarapacá y Atacama.
Pero aunque estén protegidas, estas se siguen vendiendo a privados dentro y fuera del país. El problema, dicen en la PDI, es que no reciben denuncias que les permitan investigar.
Para el escritor Hernán Rivera Letelier, varias de cuyas novelas se ambientan en la pampa salitrera, las fichas salitreras poseen una profunda carga dramática. «Las fichas fueron uno de los abusos más grandes que hubo en la pampa. Ya casi no se encuentran y es natural porque han pasado tantos años. Son parte del patrimonio de nuestro desierto y la pampa», comenta.
Las fichas terminaron de cumplir su propósito en 1924, durante el gobierno de Arturo Alessandri, cuando se puso término a este sistema de remuneración al establecerse en el Código del Trabajo que el pago de los salarios debía cumplirse solo con moneda de curso legal.
«El que las fichas estén en manos de privados no da acceso a saber lo que está ocurriendo con esas colecciones».
VERÓNICA DÍAZ.
Encargada de colecciones Museo Antofagasta
(ElMercurio)