TODOS los años a principios del mes de abril tiene lugar Cesco Week Santiago, que reúne a los principales actores de la industria minera a nivel global en torno al cobre. El encuentro es un excelente barómetro, como también de los desafíos que esta enfrenta en el corto y mediano plazo.
El sabor que dejó esta versión es el de una fase especialmente interesante. Atrás parecen haber quedado los momentos más duros del término del súper ciclo, y el ambiente que hoy predomina es de un “cauto optimismo”. Este sentimiento se basa en la las proyecciones de una sólida demanda por cobre y otros metales por la movilidad eléctrica, las energías renovables, la creciente urbanización y el fuerte crecimiento de la clase media a nivel mundial. Ello, contrastado por una débil oferta debido a múltiples causas: una menor actividad de exploración en los años anteriores, actividad que se ha tornado más cara y con bajas tasas de descubrimiento. Asimismo, pocos proyectos en desarrollo, ninguno de los cuales en los próximos años significa incorporación de nuevos volúmenes de producción en el mercado. Aunque Latinoamérica y Chile siguen siendo la región con mayor cantidad de proyectos, se requiere que el noventa por ciento de la cartera global de proyectos se ejecute para satisfacer la brecha en el suministro, lo que es poco probable dadas las restricciones que está enfrentando la actividad minera.
Durante este período, las empresas se han enfocado de lleno en mejorar su competitividad en términos de costos y productividad de la mano de las nuevas tecnologías: data analytics, internet de las cosas, operación de maquinaria autónoma, digital supply chain, centros de operaciones remotas, entre otras tecnologías. Éstas, por fin están llegando a la industria para quedarse y habilitar nuevos saltos en productividad, aumentando la seguridad y potencialmente impactando la cultura del trabajo minero. Se pronostica que en poco más de una década, 2/3 de la fuerza laboral del sector sólo trabajará con datos.
La minería no solo debe sacar partido de la revolución tecnológica que gatilló el boom de las energías renovables y la electrificación de la economía, sino que está llamada a protagonizar esta revolución especialmente en los países donde opera. De esta asociación entre tecnología, innovación y minería no solo debe emerger una industria más productiva, sino también más diversa en términos de productos, y que mitiga, compensa y ojalá elimina sus riesgos y externalidades negativas.
De este cruce debe surgir una minería que es capaz de amplificar los efectos positivos de su presencia en los países y territorios donde opera. En suma, una minería más productiva, más segura y respetuosa del medio ambiente, pero también más cercana, más involucrada con su contexto, más transparente y, por lo tanto, menos reactiva y más integrante de las estrategias generales de desarrollo de países productores y consumidores de nuestros productivos. Esto, como nunca nos ofrece la posibilidad de un relato de futuro, menos asociado a la actividad de excavar y extraer y más vinculado al desarrollo sustentable mundial, la derrota de la pobreza, de la contaminación y el cambio climático.
Directora Ejecutiva del Centro de Estudios del Cobre y la Minería (CESCO)( Pulso)